La inclusión sí es posible: mi experiencia como maestra en una escuela pública de Guatemala
Hablar de inclusión educativa en Guatemala es hablar de esperanza, compromiso y también de muchos desafíos. Como maestra de una escuela pública en el área rural, he tenido la dicha de acompañar a niños y niñas con distintas necesidades educativas, entre ellos estudiantes con dislexia, retraso mental leve, autismo y dificultades del lenguaje. Cada uno de ellos me ha enseñado que no hay una sola forma de aprender ni una única manera de enseñar.
Durante mi carrera docente, me di cuenta de que necesitaba prepararme mejor para atender de forma adecuada a todos mis estudiantes. Por eso, tomé un diplomado en Educación Inclusiva que me ayudó a comprender la diversidad en el aula desde una mirada más humana, más empática. También decidí aprender la Lengua de Señas Guatemalteca, porque la comunicación es clave para derribar barreras y permitir que todos los niños y niñas se sientan parte del proceso.
A pesar de las limitaciones que muchas veces enfrentamos en las escuelas públicas —como falta de recursos, poco acompañamiento técnico y grandes grupos en el aula—, creo firmemente que la inclusión no es solo un ideal, sino una práctica posible. Con creatividad, formación continua y mucha voluntad, podemos adaptar nuestras estrategias, utilizar materiales accesibles y, sobre todo, brindar cariño y respeto a cada estudiante, sin importar su condición.
Esta entrada no es solo un testimonio personal, sino también una invitación: a mis colegas, a las familias y a la comunidad educativa en general. Todos podemos aportar para que nuestras escuelas sean espacios verdaderamente inclusivos, donde nadie quede atrás y todos tengan la oportunidad de aprender, crecer y soñar.
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